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02-08-2012 |
Ensayo sobre Lo que queda de la izquierda: Relatos de las izquierdas latinoamericanas , por Jorge G. Castañeda y Marco A. Morales. México, Taurus (2010)
El giro hacia la derecha de un socialdemócrata latinoamericano
Steve Ellner
Jorge Castañeda, el coeditor de Lo que queda de la izquierda ( Leftovers : (Tales of the Latin American Left ) se ha desplazado políticamente hacia la derecha desde su distanciamiento del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en 2000 para convertirse en Ministro de Relaciones Exteriores del presidente conservador mexicano Vicente Fox. (1) A pesar de esta transformación, hay consistencia en sus argumentos centrales, los que expone en el libro Lo que queda de la izquierda (ver también Castañeda, 2006). (2) Desde la publicación de su Utopía Desarmada en 1993 hasta finales de la década, Castañeda defendió el pensamiento socialdemócrata a favor del cambio no revolucionario y la necesidad de trabajar dentro de las instituciones democráticas. Durante esos años como un socialdemócrata, no captó el significado de los espacios no institucionales de la acción política, como intentaré demostrar en este ensayo. Como tantos otros que anteriormente defendían la democracia social y están ahora en el centro o la derecha del espectro político, Castañeda en la última década ha dejado de formular propuestas concretas a favor de la transformación estructural socio-económica.Tanto en sus años de socialdemócrata en la década de 1990 como en los años siguientes, muchos de sus escritos se centran en la crítica a los movimientos izquierdistas por trabajar fuera de las instituciones establecidas y por ir más allá de la democracia liberal. Al mismo tiempo, Castañeda ignora la importancia de los cambios en la izquierda latinoamericana en su conjunto a favor de la profundización de la democracia. La transformación de la izquierda es anterior a la caída de la Unión Soviética en 1991, pero se ha acentuado en los últimos años. Se incluye el rechazo al vanguardismo de la izquierda, la aceptación al modelo de la democracia radical, los intentos de promover la participación y el empoderamiento popular y al establecimiento de vínculos estrechos con los movimientos sociales.
En su movimiento paulatino hacia la derecha, Castañeda se ha basado en una fuerte dosis de pragmatismo para justificar sus posiciones. Así, por ejemplo, en 2000, intentó convencer a los mexicanos de izquierda de apoyar la candidatura presidencial de Vicente Fox. Castañeda planteó que la victoria de Fox pondría fin a las siete décadas de gobierno férreo del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y abriría oportunidades a la izquierda, aún cuando sus políticas económicas acelerarían la imposición del modelo neoliberal en el país. Similarmente, como Ministro, Castañeda sostuvo que México debería romper con su vieja política de mantenerse neutral en la disputa entre los EEUU y Cuba con el fin de aumentar la influencia mexicana en Washington. Desde su desastrosa campaña para la presidencia mexicana en 2006, Castañeda ha estado en la vanguardia de una ofensiva contra la izquierda en América Latina. Castañeda, por ejemplo, atribuyó el golpe militar de Honduras a la “alineación” del presidente Manuel Zelaya con “sus patrocinantes cubanos, venezolanos y nicaragüenses (en ese orden).” Llegó a advertir a Obama, como también a los presidentes moderados Lula de Brasil y Michelle Bachelet de Chile, en contra de tomar una posición inflexible contra el golpe de estado hondureño ya que al hacerlo se convertirían en “meros testaferros de Hugo Chávez” (Castañeda, 2009).
Este último libro aplica el pensamiento de Castañeda a la nueva configuración política en América Latina en la que la izquierda ha obtenido ganancias espectaculares en todo el continente las cuales no tienen equivalente en ningún momento en el siglo veinte. (3) Un análisis de Lo que queda de la izquierda es particularmente interesante por lo que revela acerca de cómo un gran número de latinoamericanos con una formación política socialdemócrata que se basaba en el modelo de la intervención estatal en la economía (conocido como “sustitución de importaciones”) evolucionaron en el contexto de la globalización y el neoliberalismo. Al igual que Castañeda hizo en sus primeros escritos, y como han hecho generalmente los socialdemócratas a lo largo del siglo veinte (Ellner, 2006: 399-403), Lo que queda de la izquierda subestima las condiciones subjetivas para el cambio estructural, a pesar de los recientes avances de la izquierda.
La respuesta de Castañeda a las nuevas condiciones propicias en las que se encuentra la izquierda es establecer una distinción entre los “izquierdistas buenos”, que son los moderados, e “izquierdistas malos”, que son los de línea dura. La dicotomía de las dos izquierdas en el caso de Castañeda se remonta a Utopía Desarmada que es, en gran medida, una diatriba contra los Fidelistas y otros movimientos armados de vanguardia en Latinoamérica que fueron fundados en la década de los años 60, en contraste con la izquierda democrática etiquetada, en su mayor parte, “social democrática” por Castañeda. Ahora los “izquierdistas malos” de Castañeda son los “populistas radicales”, tales como Hugo Chávez y Evo Morales, quienes son vistos como cuasi réplicas de líderes supuestamente demagógicos como Juan Domingo Perón en Argentina y Lázaro Cárdenas en México. (4)
Castañeda originalmente delineó la distinción de izquierda entre “buena” y “populista” en su artículo “El giro de América Latina hacia la izquierda” publicado en Foreign Affairs, junto con varios otros analistas (Petkoff, 2005). En ese artículo, Castañeda sostuvo que los izquierdistas buenos (o “izquierdistas correctos”) eran descendientes de los partidos tradicionales de izquierda como el Partido Socialista de Chile, que “cambió sus colores” al suavizar posiciones, aceptar los imperativos de la globalización y, en general, al seguir un camino pragmático. Por otro lado, los “izquierdistas equivocados” son descendientes del antiguo populismo radical y del nacionalismo extremo “con pocos fundamentos ideológicos”. Para ellos, “la retórica es más importante que la sustancia” y “burlarse de los Estados Unidos se antepone a los intereses verdaderos de su propio país” (Castañeda, 2006: 38). A los ojos de Castañeda, los líderes populistas son, por definición, oportunistas autoritarios, que pasan por encima de las instituciones establecidas y carecen de ideas constructivas para el cambio. Tienen pocas, o ninguna, cualidades que los rediman.
El gobierno de Bush también promovió la tesis de las dos izquierdas, la cual tradujo en una estratagema de dividir y gobernar. En efecto, los gobiernos de la “izquierda buena” (tales como el presidente socialista Ricardo Lagos en Chile y Lula en Brasil) recibieron elogios especiales en un intento por confrontarlos con Chávez. De este modo, los escritos de Castañeda y otros reforzaron la campaña de Washington para aislar a Chávez y otros líderes izquierdistas de línea dura.
No es de extrañar que los voceros de Washington y los políticos que ven a los dirigentes populistas como equivalentes a demagogos usen el término “populismo” a la ligera sin tener en cuenta sus implicaciones complejas. En contraste, Castañeda y varios otros autores de Lo que queda de la izquierda son académicos que hacen caso omiso de la considerable investigación revisionista, realizada en las últimas décadas sobre los movimientos populistas, que cuestiona los supuestos tradicionales referentes al concepto. Estos trabajos demuestran que los movimientos liderados por Perón, Cárdenas, Getúlio Vargas (en Brasil) y otros fueron fenómenos complejos y que algunos de sus miembros comenzaron a definir las metas a largo plazo. El populismo, de acuerdo a la escritura revisionista, no se parece en nada a la visión tradicional de una relación de caudillo populista – masas ignorantes, desprovista completamente de claridad ideológica o bases institucionales y que raya en el autoritarismo (French, 1992; Ellner, 1999; James, 2000). (5) Los movimientos actuales que Castañeda y el gobierno de Bush han llamado la “izquierda mala” contrastan aún mas con la definición simplista y peyorativa del populismo (Ellner, 2008: 131-134; Raby, 2006: 233-256).
La falta de rigor de Lo que queda de la izquierda en la definición y el análisis del populismo se ilustra claramente en la discusión sobre el líder político mexicano Andrés Manuel López Obrador del PRD. (6) En el capítulo sobre México, Kathleen Bruhn (que defiende las opiniones de Castañeda sobre la política mexicana actual) llama “caudillo populista” a López Obrador, una condición que supuestamente heredó del fundador del partido Cuauhtémoc Cárdenas y su padre Lázaro Cárdenas, quien nacionalizó la industria petrolera en 1938. Al etiquetar de populista al PRD, que según la autora implica tendencias autoritarias y la debilidad de organización, ignora el compromiso del PRD con las elecciones internas desde la fundación del partido en 1989.
En un intento por esgrimir argumentos para llamar populista a López Obrador y por lo tanto un “izquierdista malo”, Bruhn señala cualidades y acciones que a través de lentes diferentes se considerarían signos de combatividad ejemplar y de defensa de los derechos democráticos. Así, por ejemplo, la negativa de López Obrador a aceptar los resultados anunciados de las elecciones presidenciales de 2006, y su creación de un “gabinete en la sombra” como medio de protesta es caracterizado como “payasadas” (página 223) de estilo populista (Por cierto, la puesta en practica de payasadas similares por parte de Albert Gore en noviembre de 2000 posiblemente hubiera alterado radicalmente, para bien, el curso de la historia reciente.) Teniendo en cuenta el hecho de que la primera vez que un PRDista participaba en elecciones presidenciales en 1988, el fraude electoral obvio le robó la victoria (como el mismo Castañeda reconoce – página 235), y que posteriormente los dos principales partidos del sistema forjaron acuerdos para aislar al PRD, no es remota la posibilidad de fraude electoral en 2006. Otro ejemplo de la dudosa aplicabilidad de la etiqueta de “populista”, plasmada en todo el libro, se refiere a las cualidades personales de López Obrador. Bruhn etiqueta la conducta de éste, la cual le valió la reputación de ser muy trabajador, humilde y honesta, “un estilo populista clásico” (página 219).
Por último, Bruhn caracteriza la decisión de López Obrador de pedir a los votantes que lo ratificaran en su mandato como jefe del Distrito Federal o lo sacaran del cargo, de tener “tintes populistas” (página 219). Plantea que los referendos de este tipo, o “plebiscitos” (página 219), son inherentemente manipuladores por cuanto no ofrecen alternativas a los votantes. Por cierto, la modalidad apoyada por el PRD de los revocatorios y los referendos ha sido incorporada en la constitución de otros gobiernos de “izquierda mala” en América Latina como un medio de promover la democracia participativa.
El ataque consistente de Castañeda contra el populismo en América Latina debe ser colocado en un contexto más amplio para explicar porque él y otros que favorecían el cambio profundo se oponen ahora de manera tajante los gobiernos que están planteando transformaciones a largo plazo. El populismo y la socialdemocracia se han enfrentado históricamente en América Latina y por buenas razones ideológicas. El pensamiento socialdemócrata latinoamericano, influenciado por el positivismo del siglo XIX, plantea que el proceso histórico, gradual e inevitablemente, dará lugar a una sociedad más racional y justa, y que las instituciones establecidas son los espacios lógicos para lograr los cambios políticos; la lucha de clase desenfrenada, las movilizaciones de masas y la lucha armada son innecesarios, por no decir indeseables. El populismo no comparte esta visión lineal. En contraste con los socialdemócratas, los populistas se basan, en gran medida, en los símbolos nacionales y culturales del pasado. Para los socialdemócratas, los populistas no juegan de acuerdo con las reglas del juego institucional y no respetan los límites de la autoridad ejecutiva y por lo tanto tienen dudosos compromiso y credenciales democráticos. En Argentina, los socialdemócratas se opusieron al primer populista de ese país, Hipólito Yrigoyen (Adelman, 1992, 236-238), y luego al populista clásico Perón (Ghioldi, 1956). Más recientemente, el Movimiento al Socialismo de Venezuela (MAS), el cual había evolucionado gradualmente hacia la socialdemocracia después de separarse del Partido Comunista en 1970, apoyó la primera candidatura presidencial de Chávez en 1998 pero luego rompió con él cuando la confrontación política y social se intensificó. Los líderes del MAS, Castañeda y otros ex socialdemócratas interpretan la determinación de Chávez de triunfar aún si ello signifique descartar la conducta de estadista frente a un enemigo intransigente, como evidencia de sus tendencias autoritarias. La preferencia de Castañeda por la capitulación en la lucha extra-institucional ayuda a explicar su elogio implícito a Cuauhtémoc Cárdenas por su negativa a dar la batalla contra el fraude electoral en 1988 que le costó la presidencia (página 235).
Los movimientos populistas latinoamericanos han demostrado un mayor potencial de transformación que los socialdemócratas (Laclau, 2005: 93-100). Así, por ejemplo, los movimientos liderados por Fidel Castro cuando llegó al poder en 1959 y Chávez, durante los primeros años de su presidencia, mostraban características populistas, tales como el liderazgo carismático, el discurso anti-élite, el apoyo a la reforma radical, la debilidad organizativa y la vaguedad ideológica. En ambos casos, el carisma y la apelación a los valores nacionales favorecieron las movilizaciones populares que, junto con los golpes recientes recibidos por el enemigo de la derecha, sentaron las bases para la transformación de inspiración socialista (Ellner, 2005, 160-163; Raby, 2006, 112-121, 190-191). Los socialdemócratas y los ex socialdemócratas por lo general ignoran las características de transformación del populismo y por lo tanto se oponen a los movimientos y gobiernos populistas radicales, debido a menudo a las objeciones sobre las tácticas y el estilo (Ellner, 2008, 134-137).
El argumento fundamental de Castañeda contra la izquierda populista “mala” es que sus políticas sociales y económicas no son sostenibles en el tiempo, ya que su demagogia y subsidios a los más desfavorecidos frenan el desarrollo a largo plazo. El capítulo de Raúl Sánchez Urribarri sobre Venezuela va más lejos. Sánchez Urribarri sostiene que los “incentivos populistas” (página 191) de Chávez, incluso “su sofisticada dinámica clientelar” (página 182) y “la agenda populista bien administrada” (página 190), que están diseñados para asegurar el apoyo de la población en general, representan una camisa de fuerza, la cual impide que el gobierno logre sus objetivos izquierdistas. Estas afirmaciones con respecto a la falta de viabilidad de las políticas de los izquierdistas “malos” exageran o distorsionan los hechos, pero también revelan una diferencia fundamental entre los izquierdistas de hoy de América Latina y sus detractores. En primer lugar, determinados proyectos ambiciosos del gobierno de izquierda “mala” de Chávez, que van desde el transporte sobre rieles hasta el satélite Simón Bolívar lanzado en 2008, ponen en duda la afirmación de Castañeda que los “populistas” son incapaces de hacer que las cosas funcionen. En otra demostración de eficacia, el avance del gobierno venezolano en la recolección del impuesto sobre la renta refuta la declaración hecha en un momento por Castañeda que ningún gobierno latinoamericano es capaz de hacer cumplir ese sistema (Castañeda, 2001, 32).
En segundo lugar, el énfasis de Castañeda en la producción económica en detrimento de otros objetivos revela un punto ciego en su pensamiento que se remonta a sus días de socialdemócrata. Mientras que Lo que queda de la izquierda plantea repetidamente el asunto de la eficiencia y la viabilidad de los programas sociales y económicos emprendidos por los gobiernos de la izquierda “mala” y “buena”, hay escasa mención del empoderamiento, las experiencias de aprendizaje y la participación directa de los sectores populares de la población. Los objetivos de aumento de la producción económica y la trasformación social están cargados de tensión y cualquier estrategia efectiva de cambio de gran alcance en América Latina tiene que encontrar un balance razonable entre ellos. Los programas sociales que promueven la participación en la toma de decisiones, como es el caso de los consejos comunales en Venezuela, que han recibido financiamiento masivo para llevar a cabo proyectos de obras en la comunidad, no son la forma más efectiva en costo para construir aceras, pavimentar carreteras y construir casas, al menos a corto plazo (Ellner, 2009: 12-13). Sin embargo, ellos son la antítesis de los regalos “populistas” a los pobres que Castañeda atribuye a la izquierda “mala”. Además, al no ir más allá del ámbito institucional de lucha, Castañeda minimiza la importancia de los movimientos sociales, con su potencial para estimular la participación de los sectores no privilegiados, un punto de debilidad en su pensamiento por el que fue criticado ya en la publicación de su Utopía Desarmada en 1993 (Jiménez, 1994: 204-205).
Los argumentos de Castañeda con respecto a la globalización, la soberanía nacional y las relaciones con los Estados Unidos también convergen con el pensamiento socialdemócrata durante un periodo prolongado de tiempo. Su evaluación pesimista de las condiciones subjetivas para el cambio de largo alcance en América Latina respalda sus argumentos a favor de moderar, si no abandonar por completo, la resistencia a la dominación global de Estados Unidos. Tal evaluación recuerda los partidos socialdemócratas europeos que apoyaron la Primera Guerra Mundial y se opusieron a la revolución soviética en 1917. Con los años, la socialdemocracia se convirtió en sinónimo de la estrategia mecánica de posponer el cambio estructural hasta que todas las condiciones subjetivas y objetivas estén en orden y, en efecto, de minimizar la importancia de las luchas populares.
En este sentido, Castañeda afirma que la gran mayoría de la población en América Latina rechaza los cambios de inspiración izquierdista y la línea dura hacia Washington, a pesar del dramático desplazamiento de América Latina hacia la izquierda. La evaluación de Castañeda está respaldada en el capítulo escrito por su co-editor, Marco Morales, que utiliza dos encuestas de opinión pública de América Latina para demostrar que “si algún cambio es evidente es uno hacia la derecha” (página 21). La conclusión es engañosa ya que los datos solo se refieren a la identificación de los latinoamericanos con las etiquetas “derechista”, “centrista” e “izquierdista”, sin hacer referencia a las políticas específicas. Más importante que la etiqueta “izquierdista” en si misma es el cambio de opinión pública hacia el socialismo. Tanto Chávez como Evo Morales defienden explícitamente el socialismo y han ganado elecciones por mayorías sustanciales, una hazaña sin comparación por parte de los candidatos defensores del capitalismo.
La subestimación de Castañeda de la combatividad de los sectores populares y su sobreestimación de la viabilidad del capitalismo norteamericano influyen sus puntos de vista acerca de los imperativos de la globalización. En este sentido recomienda a la izquierda “aminorar sus tendencias nacionalistas” y “superar su reticencia a participar en un mundo globalizado” (página 12). Castañeda afirma que para los países latinoamericanos, el “camino” al crecimiento económico “ se recorre a través de los Estados Unidos que es, hasta ahora, el mercado más grande del mundo” (página 92). Agrega que “el punto de vista arcaico sobre el nacionalismo” (página 93) defendido por los izquierdistas de línea dura, como Chávez, pone en peligro estos lazos comerciales que son de suma importancia. Irónicamente, los críticos izquierdistas de Chávez (conocidos a menudo como “ultra-izquierdista”), como el legendario ex guerrillero Douglas Bravo, critican al gobierno venezolano por seguir el camino contrario, al suministrar al enemigo, a saber, los Estados Unidos, el tan necesario petróleo. Una de las principales deficiencias de la línea de pensamiento de Castañeda sobre las relaciones internacionales es que cuestiona la validez de la retórica anti-norteamericana, como si fuera un contrasentido adoptarla. En el proceso, no reconoce que desde la Segunda Guerra Mundial hasta el presente (y no solamente durante la Guerra Fría antes de la década de 1980, como da a entender en la página 94), los Estados Unidos ha usado su poderío para impedir que los gobiernos latinoamericanos lleven a cabo cambios de gran alcance.
La aceptación de Castañeda de la globalización como un hecho inalterable lo lleva a escribir que “la izquierda debería abandonar sus últimos vínculos nostálgicos a la bandera de la soberanía nacional y la no intervención” y en su lugar promover un “nuevo orden jurídico regional e internacional” (página 242). Castañeda agrega que al igual que la izquierda socialdemócrata europea censuró al gobierno de Jorg Haider en Austria por sus tendencias neo-nazis, los izquierdistas de América Latina deberían condenar la violación de los derechos humanos en Cuba con el fin de hacer valer sus credenciales democráticas. Su desdén por la soberanía nacional se desprende de su giro hacia la derecha en los años recientes. Esta actitud también refleja la incapacidad de Castañeda, con su herencia socialdemócrata, para comprender, muchos menos simpatizar, con el movimiento tercermundista y su bandera de la no intervención en los asuntos internos de las naciones. Mientras que los socialdemócratas contemplan un camino que conduce de manera constante e inevitable a la democracia electoral, el tercermundismo, desde sus orígenes en la década de 1960, defendió el pluralismo político con el argumento central que sólo mediante la aceptación de la diversidad política e ideológica pueden las naciones en desarrollo promover una agenda a favor de los intereses comunes.
La rígida separación en dos bandos que hace Castañeda de la izquierda latinoamericana sobreestima la distancia entre los izquierdistas de línea moderada y los de línea dura y no reconoce sus posiciones coincidentes sobre asuntos importantes. El agudo contraste de Castañeda entre las dos es, en parte, el resultado de su inclusión en la “izquierda buena” del Partido Socialista de Chile que sostiene como el paradigma del izquierdismo responsable. Sin embargo, los Socialistas chilenos, que estuvieron recientemente en el poder, no comparten las posiciones que defiende el resto de la izquierda latinoamericana en su conjunto, tales como su actitud crítica hacia la Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) promovida por los Estados Unidos y la priorización de la integración latinoamericana.
Lo que queda de la izquierda pasa por alto estas áreas de convergencia. A diferencia de lo que sucedía durante los años de la Guerra Fría, la izquierda moderada en el poder mantiene relaciones amistosas con los gobiernos ubicados a su izquierda, específicamente los de Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador. Además, el frente unido de los presidentes de izquierda moderada y de línea dura fue fundamental en dar un golpe fatal al ALCA patrocinada por el Presidente George W. Bush en la IV Cumbre de las Américas en 2005, pese a las objeciones de presidentes centristas como Vicente Fox de México.
Otro denominador común de la izquierda latinoamericana moderada y la dura se manifiesta en el frente social. Poderosos movimientos sociales desempeñaron un papel clave en el ascenso al poder de gobiernos de la izquierda dura en Bolivia y Ecuador, mientras que otros gobiernos de izquierda de las dos variedades han estado estrechamente vinculados a su base social. El capítulo en Lo que queda de la izquierda escrito por David Altman, Rossana Castiglioni y Juan Pablo Luna contrasta los vínculos sociales de los gobiernos izquierdistas moderados en Uruguay y Brasil con el caso chileno. Ellos escriben que los socialistas chilenos “pueden implementar sus políticas debido a que sus bases sociales fueron desmanteladas drásticamente bajo el gobierno de Pinochet” (página 171). En otro capítulo, los autores Diana Tussie y Pablo Heidrich se refieren a la importancia de “los componentes sociales de las políticas” (página 64) de tanto los gobiernos de la izquierda moderada como los de línea dura. Tussie y Heidrich contrastan estas fórmulas con la priorización de las políticas pro-mercado por encima de las políticas sociales bajo los presidentes socialistas chilenos.
Lo que queda de la izquierda y los escritos de Castañeda en particular, es típico de los análisis que se centran en las instituciones establecidas y favorecen las estrategias de trabajar exclusivamente dentro de ellas, mientras que minimizan la importancia de las luchas sociales y la transformación cultural de los sectores no representados de la población. El enfoque de Castañeda inevitablemente subestima la conciencia política y las posibilidades de cambio de gran alcance en América Latina en la etapa actual. Sin lugar a dudas, el establecimiento de los parámetros para la evaluación de las condiciones subjetivas es problemático. Sin embargo, cualquier metodología tiene que tomar en cuenta la movilización social, como también el empoderamiento y las nuevas organizaciones y programas para los menos privilegiados que han ocupado un lugar destacado en el continente durante el pasado reciente.
Steve Ellner es profesor de historia económica de la Universidad de Oriente en Puerto La Cruz, Venezuela y también en la Misión Sucre.
* Quiero agradecer a Miguel Tinker Sala, Eligio Damas y John Hammond por sus comentarios críticos.
NOTAS AL PIE DE PÁGINA
En este ensayo los números de las paginas que están entre paréntesis, se refieren a la versión del libro en ingles.
En Lo que queda de la izquierda, Castañeda escribe el capitulo “El estado actual de la utopía” con Marco Morales (páginas 3-18), como también “El nacionalismo resistente en la izquierda latinoamericana” con Morales y Patricio Navia (páginas 92-101). Él es el único autor del capítulo final “Dónde vamos desde aquí?” (paginas 231-243).
No sólo la izquierda dura y la izquierda moderada han llegado al poder en un número de naciones suramericanas y centroamericanas (siendo el más reciente El Salvador en 2009), sino que han emergido como fuerzas importantes en países como Colombia, Perú y México donde mas o menos dos décadas atrás carecían de presencia importante a nivel nacional.
Las características sobresalientes que definen los movimientos populistas latinoamericanos incluyen el papel predominante de un líder carismático, discurso anti-élite, formulación de propuestas para la distribución de las riquezas a los sectores no privilegiados, falta de objetivos a largo plazo bien definidos y debilidad organizativa.
Algunos autores apuntan a la confusión y los malentendidos creados por el uso vago del término populismo y sugieren que los científicos políticos descarten por completo su aplicación al período actual (Robinson, 2008: 289).
Dos capítulos en Lo que queda de la izquierda proporcionan información valiosa sobre las trayectorias nacionales de la izquierda sin utilizar el marco conceptual aplicado en el resto del libro: las contribuciones de Gianpaolo Baiocchi y Sofía Checa sobre Brasil y Martín Tanka sobre Perú.
REFERENCIAS
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